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¡Oh, Dómina, dueña mía, señora del mundo húmedo!
Mi fidelidad es inquebrantable
-aquí me tenéis, en vuestras gélidas aguas de febrero-
y aunque no siempre soy digno de vuestra gracia,
sabed que sólo soy un pobre humano
rendido a la belleza,
un amante sin amante,
un animoso buscador de vuestra sublime esencia.